En la
infancia existe lo que se denomina “periodo crítico” para la adquisición del
lenguaje, que es cuando se desarrollan las facultades neurológicas que permiten
aprender el mismo. El periodo crítico propone, pues, que si no se dan ciertas
condiciones internas y/o externas relacionadas con el desarrollo lingüístico,
un niño nunca podrá aprender a hablar. La interacción humana es indispensable
para ello, de hecho, si en los dos primeros años de vida los tutores del
infante no se han encargado de interactuar con él, se habla de una privación
social para impedir el desarrollo del lenguaje.
Hacia los dieciocho meses de edad, los dos hemisferios
del cerebro comienzan a especializarse (su función consiste en controlar las
áreas de actividad humana); Eric Heinz Lenneberg (1921 – 1975), lingüista y
neurólogo, pionero en las ideas de la adquisición
del lenguaje
y la psicología cognitiva, notó que después de la pubertad el cerebro pierde
plasticidad, ya que sus funciones especiales se vuelven permanentes, por tanto,
como dice Lenneberg, si el lenguaje no se aprende antes de esta etapa (la
pubertad), nunca formará parte de las funciones cerebrales. Existen algunos
casos de niños que han sufrido un severo aislamiento, como por ejemplo Gennie,
y su desarrollo se retrasó en todas las áreas: cognoscitivas, sociales y lingüísticas.
Es aquí donde surgen las preguntas
de si es posible reactivar el desarrollo una vez detenido o si pueden, estos
niños, recuperar el terreno perdido cuando termina su aislamiento. Hasta la
fecha todas las respuestas a estas cuestiones han sido negativas.
Y
para la pronunciación de una lengua extranjera ocurre igual, de hecho, para comprobar experimentalmente si existe antes de la
pubertad una predisposición biológica para la exactitud en la imitación de la
pronunciación, se llevó a cabo en 1969 un experimento (legal, no prohibido)
para intentar determinar los factores relacionados con el logro de una
pronunciación nativa del inglés como segunda lengua, haciendo que estudiantes
norteamericanos de enseñanza secundaria evaluaran la pronunciación de dos
grupos de sujetos: un grupo experimental, compuesto por setenta y un inmigrantes
cubanos de ambos sexos, con edades entre siete y diecinueve años, la mayoría de
los cuales habían permanecido cinco años en Estados Unidos, y un grupo de
control, integrado por treinta niños norteamericanos, chicos y chicas. Los
niños de ambos países habían aprendido el inglés en el área de la Bahía de San Francisco,
California. En el resultado del experimento se observaban varias cosas:
independientemente de la edad de llegada a Estados Unidos y del tiempo de
permanencia allí, ninguno de los setenta y un niños cubanos alcanzó una
pronunciación nativa del inglés; sin embargo, muchos adquirieron una
pronunciación cercana a la nativa (la
mayor probabilidad para este tipo de pronunciación se daba cuando el infante
había llegado a Estados Unidos con una edad de entre uno y seis años y había
vivido en ese país entre cinco u ocho años); se notaba una relación inversa
entre la edad con la que el niño había entrado en Estados Unidos y la
adquisición de una pronunciación cercana a la nativa, es decir, cuanto menor era
el niño, mayor era la probabilidad de que adquiriera una buena pronunciación
(esta probabilidad se hacía aún mayor cuando la estancia en el país de habla
inglesa era más prolongada); más chicas que chicos tenían una pronunciación
cercana a la nativa, cuando se examinó la edad de llegada, las chicas en todos
los grupos mostraron una mejor pronunciación (esta diferencia entre chicas y
chicos tendía a disminuir en la medida en que aumentaba la permanencia en
Estados Unidos). En conclusión de los resultados del experimento, se sugiere que alguna variable dentro del
desarrollo del infante constituye un factor determinante en la pronunciación
correcta de lenguas segundas y dicha variable en realidad puede ser biológica.
En conclusión, el niño aprende el
lenguaje mediante varios métodos, aprender un idioma significa aprender las reglas:
las combinaciones de sonidos, el significado de las palabras, la estructura de
la oración y los patrones de interacción. El niño necesita oír a los adultos
hablar el idioma para aprenderlo, ya que ellos refuerzan la conducta
lingüística global del infante. Los adultos apoyan los esfuerzos del niño
cuando responden al contenido y significado de lo que dice, cuando formulan
preguntas para estimular la expresión oral.